domingo, 20 de enero de 2013


LA HERENCIA MILLONARIA 
LA SAGA NO TENGO UN PESO Y  ME LLAMO SILVA.
AUTOR. FERNANDO AYALA POVEDA

La saga Silva del Premio de Novela Ciudad de Pereira del escritor Fernando Ayala Poveda, recupera la memoria de nuestra tragedia histórica a través de los nombres de José Asunción Silva, poeta del naufragio, obra viva y perdida en las aguas del Caribe, quien frente a la sociedad del simulo se alzó irreverente, dejando a nuestra orfandad la claridad de sus versos. Clemente Silva testigo del genocidio indígena cometido por la Casa Arana, e imagen de quien llevara en un cajón los huesos de su hijo sacrificado por los patrones caucheros, nombre fatídico en la obra cumbre de José Eustasio Rivera, mítico novelista traído muerto desde Nueva York a su país natal… Primero, en el buque Sixaloa de La United Fruit Company, en tren, por la zona bananera y en Vapor Correo Carbonell González por la Magdalena, ¿Quién le asesinó?
Y Rodrigo Silva, juglar, trovador, canta y cuenta el dolor de su tierra, escisión que definió el equívoco, y obliga a la memoria a recordar los versos de Manuel Machado: “Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron - soy de la raza mora vieja amiga del sol-, que todo lo ganaron y todo lo perdieron, tengo el alma de nardo del árabe español”. La Saga Silva de forma fascinante totaliza desde su título la estructura profunda en espirales dialécticos y confirma el estilo que en la literatura seria define a un escritor, es en el imperativo del deber ser en la ética que la honradez de Ayala Poveda toca la esencialidad del ser nacional.
El escritor trama en conversación permanente entre Lucía y Catherine la urdimbre de épocas, países e historia y sugiere al lector activo, del que hablara Eco, la necesidad dialógica de un entendimiento sobre los hechos que definieron nuestro devenir como nación, la insoslayable responsabilidad de anglosajones y europeos en el hoy que coloca a esta esquina del continente, ante una encrucijada histórica.
El dualismo de fuerzas antagónicas confirma que la antítesis, constituye el principio motor, apasionado, dialéctico y espiritual de una realidad objetiva que en la subjetividad de sus personajes suman las múltiples contradicciones que de forma imparcial se develan en esta novela.

Dos mujeres, e Iris Sofía victima en la explosión de Atocha, de Madrid, mujer inteligente y lúdica, quien avivó el imaginario de Catherine y Lucía y es en la trama personaje esencial.

No tengo un peso y me llamo Silva es viaje conversacional en búsqueda del pianista y soldado Enrique Silva, heredero de Pablo Silva, a quien en la ficción Ayaliana en un esfuerzo supremo de la imaginación por abarcar una generalidad de hechos publicados en la revista Semana con el título: Los Herederos del Canal, y génesis de la novela, pertenece su herencia: la indemnización por las ocho mil hectáreas de la finca El quiebre por donde pasa el canal de Panamá, historia que en sucesión de imágenes, nos presenta a la tierra de Promisión y de parroquias, carnaval de figuras y desgarro, de ciudadanos en fila que reclaman partida de bautizo e intentan probar su parentesco con los herederos Silva, viaje de amor, de traición y reencuentros donde la mujer se levanta con voz crítica en su condición de víctima y victimaria para decir No, como lo afirmara Albert Camus en El Hombre Rebelde. No a la mujer objeto, no a la mujer servidumbre, no a la mujer esclava, no a la mujer desalojada de su poderío como Maga, Médica y Maestra. Enrique Silva y su mano perdida, es la mano recuperada por Ravel en El concierto de piano para la mano izquierda, es la historia de la mano Wayuu, de las cuatro mochilas Arhuacas, cuna cósmica y templo de los guardianes del agua y el bosque de los hermanos mayores. La mano Silviana interpreta la polifonía del recluta de José Asunción, los nervios del Látex de la niñez violentada, la zambra en los acordes de la guerra, los tesoros del Galeón San José y los desquites de la oreja de Jenkins, el espejo donde se refleja Diego Rodríguez de Silva y Velásquez en el lienzo de Las Meninas de la Casa Real española, La Silva a la agricultura de Andrés Bello, los comedores comunitarios de Lula Da Silva, y el Bolívar histórico.
La última frase de cada capítulo de la obra, No tengo un peso y me llamo Silva se enlaza a la primera frase del siguiente en contrapunto entre la promesa y la utopía, las constituciones, las declaraciones de guerra y las amnistías. De ahí que en esta obra se ilumine la memoria de un país fragmentado que busca el perfil de su rostro a través del hallazgo, de su identidad en los códices de ceniza y el no olvido.

No en vano se afirma que las grandes obras dialogan entre sí, que la tradición construye y aporta, y a los nuevos espacios con historia y realidades específicas, nuevas preguntas, nuevas formas de ser y narrar en el tiempo, este tiempo veloz que diluye y fragmenta. No tengo un peso y me llamo Silva recoge en un intento dialógico de dos mujeres en conversación crítica e imaginativa, el no miedo a la razón que cuestiona, analiza y define, legado que en La Montaña Mágica de Thomas Mann, salvando las distancias entre escritores, culturas e historia y sin equiparar a los personajes Mannianos, quienes dialogan entre los filos de una Europa devorante y progresiva que anula o alienta postulados democráticos; caracteres que debaten la tradición filosófica, cristiana y reformista, el pensamiento aristotélico y volteriano, la razón que sustenta a la cultura de Occidente. La narrativa Manniana elabora los universales sobre el tiempo, la enfermedad, el erotismo, la estética, la ética, la muerte, la política, la ciencia, la música, la condición del pensamiento, libertad, derechos. Ayala aborda en una saga desbordante con su país de Santa Muerte en un tiempo global, globalizante, globalizado, la asimetría del ayer, la asimetría del ahora, memoria y presente. Nuestra historia son Todas Las sangres de José María Arguedas, Los Heraldos Negros de Cesar Vallejo, La Mancha del caballero de la triste figura, El señor presidente, Doña Bárbara, Yo el supremo, Nostromo, Santa María, Macondo, Comala, Angosta, El país de la canela, Los ejércitos…
Valga citar a Catherine Blake en Adiós a las Armas de Ernest Hemingway, ante la partida de su héroe: “Dios mío no lo dejes morir”, pero que en Catherine Cisneros es reencuentro, ironía trágica de su contexto…
Las mujeres en la narrativa ayaliana son hito y mito, contestatarias, no rotas, no segundas, pensantes en acción y arquitectas de un nuevo constructo que evoca el valor ancestral de las madres corajes y dan respuestas al maquiavélico político que la signa, en medio de la trampa y del folletín de una intrigante narración que enlaza la pornografía, la trata, el saqueo, el uso, el abuso, el acoso.

Catherine Cisneros sorprende, es una conciencia en sí, para sí y contra sí sobre la cartografía de nuestros ríos que se han constituido como la tumba más grande del mundo. El resto es silencio declaran las compañeras de viaje frente a los huesos vencidos, y nosotras somos su Shakespeare. 

PATRICIA SUAREZ
Madrid, España 2013

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